La polémica en torno al episodio ocurrido en Texcoco —donde seguidores de un cantante de narcocorridos reaccionaron violentamente al serles negada la interpretación de canciones con contenido criminal— ha vuelto a encender el debate sobre el impacto cultural de estos géneros musicales. Sin embargo, detrás de la indignación mediática se esconde una tergiversación: nadie está prohibiendo nada.
Durante la conferencia matutina, la presidenta Claudia Sheinbaum fue cuestionada al respecto. Su respuesta dejó claro que el gobierno federal no está en una cruzada moralista ni en una estrategia de censura. Por el contrario, lo que se busca es promover expresiones artísticas que hablen de paz, respeto y derechos humanos. El problema no es la música, es el mensaje.
La derecha mediática —siempre presta a agitar fantasmas— ha querido convertir este debate en una supuesta batalla contra la libertad de expresión. Pero como en otros temas, parten de una hipótesis falsa: la de que el gobierno quiere prohibir los narcocorridos. Nada más alejado. El llamado oficial es simple: hacer conciencia sobre lo que se canta, lo que se escucha y lo que se celebra.
Hay narcocorridos que, desde lo musical, tienen propuestas interesantes. Peso Pluma, por ejemplo, ha sabido renovar un género estancado, hibridándolo con hip hop, electrónica y otros sonidos. El problema no es la fusión ni la creatividad, sino el contenido que glorifica al crimen y a la violencia como formas de vida aspiracional.
Estudios académicos han señalado que la violencia tiene causas estructurales —la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades—, pero también culturales. La música, las series, los libros y toda una estética del narco que se ha popularizado en las últimas dos décadas, forman parte de ese ecosistema.
Ahí están, por ejemplo, las novelas de Elmer Mendoza o “La reina del sur” de Arturo Pérez-Reverte: productos literarios que, aunque valiosos desde lo narrativo, no dejan de construir una narrativa romántica en torno al crimen organizado.
El gobierno ha optado por otra vía: abrir un concurso nacional de canto para promover la creación de música con mensajes positivos. No se trata sólo de corridos. Se trata de todos los géneros. El objetivo es sencillo: ampliar el espectro temático de lo que se canta en México, y fomentar expresiones que promuevan el respeto y la vida digna.
Porque este no es un asunto menor ni exclusivo de clases populares. No es cierto que sólo “la gente sin estudios” escuche narcocorridos. Hay universitarios, profesionistas y hasta intelectuales que bailan con estos ritmos sin reparar en el mensaje. La penetración cultural del narco está en todos los estratos.
Y como en otros aspectos de la vida pública, el cambio pasa por la educación y la cultura. Ahí está el caso de la basura en Acapulco: los camiones de Fonatur pueden pasar una y otra vez, pero si los dueños de negocios sacan los desechos cuando ya pasó el camión, la basura se queda. El problema no es de infraestructura. Es de cultura ciudadana.
No se trata de prohibir. Se trata de reeducar. De abrir otras ventanas. De ofrecer alternativas.
Y sobre todo, de no seguir celebrando, con música o sin ella, la cultura de la muerte.
Por: Misael Habana de los Santos